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No los cantantes, los poetas son de la loma…de las serpentinas: El juego perfecto de Francisco Hernández

Foto: Francisco Hernández. https://www.uv.mx/universo/files/2017/05/Universo-676-011.jpg

No los cantantes, los poetas son de la loma…de las serpentinas: El juego perfecto de Francisco Hernández

I. El poeta en el círculo de espera

La obra poética de Francisco Hernández puede dividirse en dos grandes rubros: los libros o poemas donde el poeta toma como objeto de escrutinio, casi de forma ensayística a otro poeta o artista, sea músico o pintor como son, obviamente, Moneda de tres caras, por citar el más famoso; pero también, sus últimos títulos Diario sin fechas de Charles B. Waite, Población de máscaras, Imán para fantasmas, Una forma escondida tras la puerta… Los escritores a los cuales rinde homenaje son vastos. Las palabras caras, máscaras, retratos y homenaje son la constante en ellos. Desde su segundo poemario Portarretratos sienta precedencia en su arte poética: el primer poema del libro es buen ejemplo:

Fade in

Lo de menos era empezar
Con un autorretrato
Pero francamente, no tengo cara
para hacerlo

   En otro poema hay lo que considero una justificación:

El que fue

La frustración de no poder realizar
un retrato de Henri Michaux
desapareció al leer esta frase
del propio Michaux:
Desde hace años he dejado de depender
de mis rasgos. Ya no habito esos lugares…

   Por otro lado, se encuentran los libros y poemas autobiográficos, los que hablan de San Andrés, de sus visitas a su ciudad natal, de su padre, de su madre, e incluiría los poemas eróticos, los que hablan de relaciones íntimas. Ejemplo de estos son los libros y poemas Mar de fondo, En las pupilas del que regresa, Mi vida con la perra. Pero también, su Mascarón de prosa, Soledad al cubo, Oscura coincidencia y aunque son una especie de híbrido entre estas dos grandes categorías: Cuaderno de un retorno a mi pueblo natal, La isla de las breves ausencias y Mal de Graves. En todos ellos, el tema obsesivo es la enfermedad: una fiebre, la depresión, la epilepsia y la lluvia que desborda el río que pasa por el pueblo. Quizá el lodo que dejan esas inundaciones y cubre la vida de animales, plantas y recuerdos sea una especie de enfermedad.
   Otra vertiente de este río que se desborda por la pluma y que forma un delta es el heterónimo de Mardonio Sinta, este decimero, bebedor de ron, apasionado del beisbol, trovador y torcedor de tabaco. Francisco Hernández se llama su amanuense. Aquí otra vez aparece ese artificio o artilugio, como Borges, siempre es el otro. Alan Pauls en su libro El factor Borges le llama escritura parasitaria. Borges hace de ella su mayor virtud, Francisco Hernández también.

II. Francisco Hernández en la caja de vateo

   Hay una foto de Francisco Hernández, que sirvió para difundir su lectura durante el Festival de poesía en voz alta en Casa de Lago, en el 2011. En ella, el poeta aparece con un guante de primera base en la mano izquierda y una sonrisa que pasa por el centro del home plate, a la altura de su rostro. La mano derecha se ve en movimiento, no es una pluma lo que agarra, está lanzando a la Diosa blanca al guante, una y otra vez. Yo quise ser pelotero / en las ligas de los llanos, escribe Mardono Sinta, su heterónimo. Francisco Hernández si hubiese sido un pitcher sería de aquellos seres extraños que lanzan la pelota con jiribilla: bola de tornillo o de nudillos como las que solía lanzar Fernando Valenzuela. Quizá el beisbol no sea un deporte tan popular como el fútbol, pero hay estados de la república donde hay una gran afición, por supuesto, Veracruz, y entre todos los equipos que ha habido en el estado el de mayor renombre. Los Rojos de El Águila. Dentro de la poesía no es un tema frecuentado, creo que se pondrían contar con los dedos de la mano los poemas que hacen mención del llamado rey de los deportes. En parte, gracias a los poemas donde lo menciona Francisco Hernández (Aunque por ahí haya uno escrito por Eduardo Lizalde y otro de Alberto Blanco, El día del fanático). Lo más seguro es que pase desapercibido para la mayoría de sus lectores. Pero sabiendo la importancia que tiene para él, decidí rastrear poemas y versos que trajeran a colación este tópico. Las referencias a este deporte en la poesía de Francisco no abundan, pero son muy significativas. Como un eje o el gesto que no acaba de dibujar el poeta de sí mismo. Una viñeta. La primera vez que aparece una referencia al beisbol es en Mar de fondo, libro con el que ganó el Premio de Poesía Aguascalientes en 1982. En el segundo apartado del poema extenso, que da título al poemario, describe cómo va adquiriendo una fiebre y antes de ello medita y escribe:

Con el silencio fijo en el vacío pienso en los tigres de Mompracem, en las redondeces de Paura, en un jonrón con tres hombres en base.
Afuera está la herida, pero no quiero salir a su encuentro: debo continuar enfermo siempre, sin tener que bajar a tierra, sin enfrentarme a nada ni a nadie, ni siquiera a las piernas de Paura ni a un campo de beisbol ni a la luna llena del espejo.

   En el primer párrafo, se enuncia con un tricornio las formas de la felicidad: el juego de pelota se encuentra al mismo nivel en el cual sitúa la lectura de Salgari y la experiencia amorosa. En el siguiente párrafo vuelve a decirlo de otra manera, pero usando los mismos referentes, el gusto por las historias de piratas (bajar a tierra), las piernas de la mujer: la gran jugada, el sólo estar en un campo cualquiera de beisbol. Pero ni siquiera eso evitará, al menos en ese momento, la fiebre.
   Esto sucede al principio, al final se encuentra, en el poema 18 del mismo poemario, lo siguiente:

Debajo de la almohada guardo una pelota de beisbol y una aguja capotera.
Cuando los temblores arrecian, me froto la pelota vigorosamente para que recoja ese maldito sudor que corre por mi cuerpo como río crecido.

   La imagen trae a cuenta la inocencia de la infancia, la superstición o hechicería de los brujos de San Andrés. La pelota cumple la función de un huevo o unas ramas de albahaca que se pasan por el cuerpo para exorcisar o desbaratar el trabajo hecho por otro. La pelota de beisbol es un remedio y la cura.

   En su siguiente poemario Oscura Coincidencia en su sección El viaje, que es a Nueva York, se encuentran otras dos menciones al juego de pelota. El primer es muy sencillo, pero intenso por iluminador:

Noche cerrada

Yankie stadium:
Frasco lleno
De luciérnagas

   Otra vez la imagen se refiere a la niñez pues quién más que un niño (un poeta claro, en cuanto a lo niño que lo habita) se emociona con un frasco de luciérnagas. ¿Estas luciérnagas de qué o quién son metáfora: de las luminarias que alumbran el estadio o de los beisbolistas estrellas que corren por el campo de juego? Ambas. El estadio de los Yankies es la catedral del beisbol, dicen las crónicas deportivas. El beisbol es una luz, algo luminoso, algo que maravilla sin lugar a dudas al poeta. La otra mención en el mismo libro, en el poema Ribera del lado este los versos repiten esta ecuación infancia, béisbol, seducción. El yo lírico del poema deambula por un parque (a los estadios de béisbol se les llama también parques), de repente oye unos pasos y es un niño quien lo sigue, bajo la gorra se adivinan los cabellos que parecen pelos de elote ¿ese niño es el mismo que el yo lírico? el poeta escribe:

Me ofrece una pelota de beisbol como si fuera
una manzana

   la manzana es Nueva York o la de una bruja…en un caso o en otro es una seducción. Más parecida a la del cuento infantil si se lee el desenlace del poema: … pronuncia la fecha de mi muerte y desaparece…

   Hay dos poemas en los que beisbol está relacionado con el padre fallecido. El primero es Lo que resta del tiempo que se encuentra en poemas dispersos de Poesía reunida:

Este año tampoco sentirás al río desbordarse
ni hablaremos de la Serie Mundial ni escucharás
a mis hijos creciendo por el patio.

   En este nuevo tricornio el poeta toma diferentes formas es el río que se desborda, es los hijos creciendo y, por supuesto, la Serie Mundial. Al final, espera que un norte le abra los ojos al padre para que vea al menos cómo es la vida de terca sin su amor.
En Mi vida con la perra escribe este poema que me conmueve mucho, aunque la palabra conmueve no sea muy crítica que digamos, no me importa:

¿Qué le pondría a mi padre en su sepulcro?
¿Si estuviera esta noche en el panteón de San Andrés?
¿Una pieza de pan, una botella de mezcal, la foto
de una reina, o un tartajoso libro de poemas?
Le pondría, oculto entre las flores, un radio de pilas
donde se narrara un juego de beisbol interminable,
donde el único bateador fuera él,
a la luz de cinco mil lunas llenas

El poeta Francisco Hernández FOTO: EL UNIVERSAL

 
   Es costumbre poner la música que les gusta a los muertos ¿Cuál es la música preferida del padre? La narración de un juego de beisbol. Pero, además, donde él sea el único bateador iluminado por las luminarias del parque. Una música que lo cante. Es decir, este mismo poema. El gusto por el beisbol y la poesía, me atrevo a decir, son una herencia del padre donde el amor y la felicidad son dos jonrones que se dan, como se dice en el argot del juego, espalda con espalda.

   Escribir décimas y coplas es algo que Francisco Hernández hace desde la secundaria, según me contó en alguna ocasión ¿Quién me quita lo cantado? de Mardonio Sinta, su heterónimo, es el libro donde reúne estos poemas en la línea de la tradicional versada jarocha:

Queda forzada la copla
cuando no se pinta sola
Parece que alguien la sopla
y le levanta la cola,
es como tener manopla
y no ver pasar la bola

    En las coplas sobre Chipiturco hay dos estrofas que igual hacen referencia al beisbol:

Era un buen ladrón de bases,
jugaba bien al billar
y cuando no tenía clases,
me iba a verlo zapatear.

Chipturco billarista,
Chipiturco bailarín,
tu gorra de beisbolista
ya es gorra de serafín…

   Pero considero más importante, por lo que implica, el poema La soledad y el beisbol. Cito las tres últimas estrofas:

Yo quise ser pelotero
en las ligas de los llanos.
Resulté muy mitotero
aunque tenía buenas manos.
Mejor me hice jaranero
de los bailes provincianos

“Un palo de vuelta entera”

es algo de gran valor.
La atmósfera se agujera,
Se aplaude a todo vapor.
Bulle en lo alto la bandera
del equipo ganador.

La soledad es quebranto
como un viernes sin alcohol.
Sin embargo, yo me aguanto,
lleno de leche un perol.
Ya vienen los días de llanto,
tú te fuiste y no hay beisbol.

   Aquí el poeta muestra su deseo no cumplido de ser beisbolista, pero sin tragedia, y, como en sus poemas anteriores, la felicidad no se entiende sin beisbol como indican los últimos versos, está pasión está al mismo nivel que la amorosa.
    En su prosa sobre el poeta Carlos Isla, sanandrescano como él, escribe Nunca hablamos de música, beisbol o pintura. Si ha habido siempre esa disputa entre los poetas académicos y los que no lo son. Los intelectuales y los salvajes. Francisco Hernández son al menos estas dos cosas: el poeta culto, gran lector, que habla de sus pasiones musicales, literarias y pictóricas, y por otra, el poeta que se hace acompañar por la jarana, se fotografía como beisbolista y sombrero panamá y desea las redondeces del miedo, del amor. Son las dos caras de la misma moneda.

 

*Juan Joaquín Péreztejada. Ha publicado Los refranes del jaranero (1993) y La casa de la pereza (1996). Obtuvo el premio Nacional de Poesía de la Universidad Veracruzana en 1994. Ha publicado poemas en revistas como PautaCuadernos de Teoría y Crítica Musical (Conaculta) y Palabrijes. El placer de la lengua (UACM). Recientemente publicó Armonía. Una caracola es el espejo (2022) UACM y Mantis editores. Realizó grabaciones de poesía en voz alta con el grupo de rock Urbanita y los Metronautas: Fernando es el pescado (2000) y La noche que murió Marlon Brando (2015). Ha presentado su performance Joaquinky, poemas Pornpops en el festival Internacional de Poesía en Voz Alta de Casa del Lago de la UNAM, 2009 y 2010. Trabajó en el Burdel Poético de la CDMX 2018-2019 y ha puesto la obra Cría de cuervos, coreopoema, con el colectivo del mismo nombre, 2018-2020.

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